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domingo, 9 de enero de 2011

José Luis Bellón sobre Pierre Bourdieu y Juan Carlos Rodríguez


Extraños aires de familia (Pierre Bourdieu y  Juan Carlos Rodríguez). José Luis Bellón Aguilera (resumen de la ponencia para el congreso de la Asociación española de teoría literaria, Granada, enero 2011)

El artefacto cultural pone a prueba a las sociologías más duras; como afirma Louis Pinto: “la sociología de la literatura implica una apuesta: la cuestión de los límites de la ciencia social”. Los intentos de fuga supuestamente equilibrados no suceden, sin embargo, porque el arte y la literatura sean especiales, sino porque han sido históricamente dotados de un extraño plusvalor social. La geografía de las regiones de la “estética” se asemeja en sus contornos nebulosos al mundo de la religión: si creemos en un a priori espiritual transhistórico, un profundo bello o extraño inefable, el problema del lugar social de la literatura y el arte está resuelto. Esta  posición, que afirma la existencia eterna de un Alma humana expresiva e idéntica tanto en la obra de arte como en casi cualquier actividad cultural humana, está muy extendida en el universo cultural: constituye la creencia de base de una gran parte de los agentes del campo literario, artístico, filosófico, académico y otros. No por nada Bourdieu afirma (passim) que el campo es un universo de creencia. Esta creencia esencialista en la universalidad de “lo estético” es una toma de posición y se opone a otras posiciones más relativistas o escépticas respecto a las sublimes mitologías de los dioses de la belleza. Los grupos de oposición al Mito de lo Sublime son numerosos aunque muchos de ellos, sin embargo, comparten sin decirlo la creencia en esa Alma universal y universalizante. Juan Carlos Rodríguez lo ha llamado (passim) “ideología [burguesa] del Espíritu Humano”.
Desde el marxismo, el problema se ha enfocado o leído de diferentes formas y no siempre la posición, a pesar de las afirmaciones materialistas, se ha situado fuera del esencialismo rampante. No se trata de lanzarse a hacer un recuento de las escuelas marxistas sobre los artefactos artísticos: la de Eagleton (La estética como ideología, 2006) es una, como la de Moretti (Signs Taken for Wonders, 1983) otra. Lukács, Sartre y Goldmann, paradigmas de una posición a medio camino entre el existencialismo y el marxismo, quedan algo lejanos.
         Las posiciones de Juan Carlos Rodríguez y Pierre Bourdieu, asunto de esta comunicación, son parte de un universo de producción de lecturas en pugna por la búsqueda de un sentido sobre la literatura. Ambas posiciones se sitúan no solo frente a otras dentro de su universo, sino en oposición a otras interpretaciones incluibles de su mismo horizonte epistemológico: Bourdieu en Las reglas del arte se sitúa frente a Sartre (cf. Robbin 2000) y JC Rodríguez, en el lacanoalthusserianismo, frente a otras corrientes del marxismo. Y una toma de posición está relacionada con una estrategia de situación en el campo y las aspiraciones depositadas en la misma; en sólido y familiar abrazo a estos depósitos se encuentra la cuestión bloomiana de la ansiedad de las influencias, estrato básico o roca madre de las tomas de posición.
Un concepto del psicoanálisis compartido es el de sobredeterminación, si bien la sensación es que Bourdieu parece sofisticar esa sobredeterminación althusseriana en su construcción de la noción de campo, la zona principal de fricción y separación entre PB y JCR, sobre todo por las implicaciones del mismo. Para Bourdieu el campo literario es un universo autónomo que funciona como un prisma en el que se ejerce un efecto de desviación o relectura de las determinaciones externas. Los acontecimientos históricos, políticos, económicos, son siempre re-traducidos de acuerdo con la lógica de ese universo de carácter prismático: el espejo no refleja, sino que más bien refracta. No se trata tanto de la imagen de descomposición de la luz en el vidrio como de su polarización. Una obra literaria selecciona, plantea y tematiza unos elementos escamoteando otros a un lector genérico que, por otro lado, comparte la illusio del efecto realidad de aquello que lee.
Para JCR la literatura es producción ideológica y tematiza una problemática segregada desde una matriz ideológica en la que existe y palpita una red estructural de nociones: yo-libre-Razón/Imaginación-privado/público anudadas (point de capiton) a las pulsiones del inconsciente libidinal. Para comprender sus planteamientos es imprescindible conocer o reconocer los oscuros escritos de Lacan pero sobre todo (point de capiton) los trabajos de Althusser.
En La literatura del pobre, JCR habla de “la mirada literaria”, lo que parece una zona de inmediación con PB, si bien en JCR parece una noción cargada de un exceso de textualismo, como un efecto de la illusio compartida entre escritor y crítico-historiador de la literatura. Esta forma de mirada aparece en el Quijote, en su distanciamiento irónico y en la narración metaliteraria, “es decir, la literatura sobre la literatura de los personajes que reivindican en primera persona la polémica contra el plagio de sus propias aventuras” (Muzzioli). Esta “mirada literaria” se opone a la “mirada literal” en que la mirada literaria – plantea JCR – pregunta a las respuestas, es “un pensar de otra manera, una estrategia de disolución de las respuestas […] la mirada literaria de Cervantes como punto de crisis”.
         Cuestión aparte pero significativa es que esta aparición suceda precisamente en el texto más venerado en el hispanismo literario, el Quijote. La invocación de un texto sagrado es siempre una toma de posición. Hay, también, un exceso de textualismo, como si Cervantes fuese creado por la obra y no la obra por Cervantes. A JCR le interesa la lógica productiva del texto, como si en el texto se hallaran todas las claves posibles para interpretarlo y encontrar su lógica interna (¿hay una lógica externa?). Sin embargo, sea o no un efecto de ilusiones compartidas, la noción de “mirada literaria” complementa y sofistica la idea de refracción efectuada por la autonomía relativa del campo literario. Ilusiones compartidas: porque imaginar una vida autónoma de la literatura (casi a la manera de Harold Bloom) no se sostiene, como no lo haría una mitología, por ejemplo la mitología griega, que no es una literatura. Un texto interroga al lector desde su mudez silenciosa, como dice JCR, quien también plantea él mismo que hay miradas ideológicas que se apropian del texto, que lo re-presentan o imaginan de nuevo. En este sentido, el estudio de las formas de apropiación ideológica de un texto y las ideologías y normas literarias acerca a bourdeianos “y juancarlianos” (la famosa y evidente obligatoriedad de la “autorreflexión” de las prácticas teóricas o consigna marxiana de “quién educa a los educadores”).
JCR plantea que la literatura nace con la ideología del sujeto, siendo la literatura soporte discursivo privilegiado para la expresión, primero del alma interior, luego del yo privado, íntimo, individual. Esta es otra zona de vecindad pero también de fricción entre los dos dispositivos: cabe preguntarse, sin embargo, si esa ideología del yo es condición fundamental para la existencia de una autonomía relativa del campo literario o si es la autonomía del campo la que produce esa imagen de seres especiales, esos “yoes” libres dotados de una aura estética y creativa, un Yo sustantivado. Desde JCR, la illusio de la libertad de la Imaginación y la estetización del yo vendría por la “sustantivación” de lo literario. De nuevo tenemos hallazgos similares con dispositivos diferentes.
La “individualidad”, “originalidad” creativa del romanticismo (momento en que empieza a gestarse la autonomía del campo literario) contrasta con la pervivencia, hasta el siglo XVIII, de la retórica clásica como Norma literaria desde las formaciones sociales esclavistas, es decir, en todas las formaciones sociales precapitalistas y de transición (sin que sea necesario recordar lo evidente, que la concepción de lo que es literatura es otra; incluso no se puede llamar “literatura” al “realismo figural” (Auerbach), la lectura alegórica, sacralizada o el signo ternario). Los planteamientos de Curtius en Literatura europea y Edad Media latina no se alejan tanto de la realidad como parece. Bourdieu sitúa el nacimiento del campo literario en Francia en el siglo XIX. Cabe plantear aquí cómicamente una pregunta seria: ¿pueden encontrarse los mecanismos y lógica del campo, digamos, en un monasterio medieval o en el círculo de Mecenas en la Roma de Augusto? La noción de “inconsciente ideológico” e “ideología del yo”, como sustrato y como mirada, parece explicarlo todo como si de un inconsciente colectivo se tratara, a lo cual JCR respondería desde Lacan, probablemente. Pero volviendo a nuestro monasterio, es posible que en aquellos universos míticos y sacralizados (con una concepción del individuo y de la moral diferentes) se puedan encontrar dinámicas parecidas a las del campo literario moderno, salvo la “autonomía”, producto del capitalismo.
Si la literatura funcionara como el personaje de un cuento de Stanislav Lem, el “electrobardo de Trurl”, en Ciberíada, las cosas serían mucho más fáciles, porque podríamos desentrañar los secretos de su software. Estudiar cómo se anudan las pulsiones libidinales e ideológicas en un texto es un jugar a las adivinanzas, aun siendo una forma de análisis justa y necesaria, pero es una ilusión imaginar al creador fuera de las determinaciones del mundo social sin tener en cuenta las determinaciones de su universo, desde el que imagina el mundo.
Los modelos de JCR y el de PB no son sólo el resultado de elucubraciones nacidas de un dolor de cabeza de sus autores, como Atenea de la de Zeus. Ninguna literatura es transparente a la teoría y al contrario. Hay, sin embargo, relatos en los que la transparencia de los planteamientos que hemos expuesto brilla sin ocultarse, incluso en una primera lectura interna. En la Antología de la literatura fantástica de Bioy, Borges y Ocampo, construida e imaginada desde la “mirada literaria”, se encuentran tres relatos ilustrativos en los que la lógica del campo y la mirada literaria dominan la narración: “Enoch Soames” (1919) , de Max Beerbohm, sobre el fracaso literario; “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones” (1924), de Kafka, sobre la absurda relación del artista con el ratonil “pueblo” y “El cuento más hermoso del mundo” (1893), de Rudyard Kipling, sobre la consagración, el fracaso y la relación entre el escritor joven y aspirante y el consagrado (y otras cuestiones clave, como la proteica capacidad de mutación imaginada de la subjetividad literaria).
La práctica teórica no puede ser una escolástica que se “aplica”, como un patrón de sastre, sobre un objeto, sino casi al contrario: a partir de la lógica del objeto en la que el exterior y el interior son una y la misma cosa, se construye la intepretación. Y hay una cosa que sí tengo clara: ninguna teoría es como “La isla de las herramientas” de Rabelais: “En esta música hay algo de nuestra pobre y corta niñez, algo de la dicha perdida que ya no encontraremos. Pero también hay algo de nuestra activa vida presente, de su vivacidad pequeña, incomprensible y, sin embargo, tan pertinaz” (Kafka en Josefina la cantora o el pueblo de los ratones).

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