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domingo, 5 de noviembre de 2017

La imparcialidad del sorteo - Les neiges du Kilimandjaro



Oliver Dowlen sugiere que una de las características fundamentales del sorteo es la imparcialidad. Es uno de los factores que históricamente han hecho del sorteo una solución recurrente para resolver determinadas decisiones y por los que hoy día sigue jugando un papel muy importante en el sistema judicial. Según Dowlen, el sorteo permite un espacio a salvo de interferencias de las partes interesadas en una decisión. En ese espacio no caben ni buenas ni malas razones: es un espacio a-racional. Que no es lo mismo que decir “irracional”: el sorteo tiene sentido dentro de un esquema más amplio donde esa imparcialidad cumple una función.
Este uso del sorteo, que no es el único posible, es el que aparece en Les neiges du Kilimandjaro, una excelente película de Robert Guédiguian. Lo que nos muestra la película es que, si bien la imparcialidad del sorteo asegura la honradez en una decisión controvertida, no necesariamente ofrece la solución más justa. Porque la justicia es una cuestión política, que en un contexto democrático exige idealmente razones. Desde luego, no conviene desdeñar la honradez, sobre todo por parte de aquellas personas que ejercen algún tipo de función pública o tienen un papel importante en la decisión en cuestión. Es el caso del representante sindical que protagoniza de la película. Michel renuncia a su inmunidad, pensada como una protección frente a los abusos patronales, para someterse al mismo sorteo que sus compañeros, en el que se decidirán los despidos a los que obliga el acuerdo firmado con la empresa para una reducción de plantilla. La honradez, insisto, no es poco: nadie querría un representante sindical que firma un acuerdo pensando en su beneficio personal. ¿Pero asegura el sorteo la decisión más justa? Otros compañeros lo discutirán: el sorteo nos iguala a todos, pero no todos estamos en la misma situación, algunos necesitamos más el trabajo que otros. O quizás no debimos conformarnos con ese acuerdo y había que seguir luchando; de ser así, usamos el sorteo para repartir miseria y existían otras opciones. Dándole la razón a Dowlen, ninguna de estas críticas cuestiona la imparcialidad del sorteo; lo que defienden es que un método a-racional no sirve allí donde cabe esgrimir razones.

Entonces, ¿era un error el uso del sorteo en ese contexto? Es discutible: quizás había otras prioridades políticas antes que la imparcialidad, aunque ello implicara el riesgo de introducir malas razones en una decisión tan delicada. También es posible que hubiera otras formas de asegurar la honradez abriendo el espacio a otras consideraciones políticas. Por ejemplo, continuando con el sorteo, si presionar a la empresa para evitar los despidos no era una opción, podría haberse realizado un censo que excluyera del sorteo a quienes se encontraban en situación más vulnerable. Así, se hubiera logrado una imparcialidad en un contexto más justo. Otra posibilidad hubiera sido seleccionar por sorteo a los propios representantes sindicales. De esta manera, se habría introducido una perspectiva más plural en las negociaciones y en la gestión de los despidos: un reproche que se formula a los representantes sindicales, con una evidente connotación generacional en la película. Ello implicaría asumir que todos los trabajadores son igualmente capaces de cumplir esa función política o, al menos, que repartir esa tarea entre el conjunto de los trabajadores es mejor que dejarla en manos de unos pocos, convertidos con el tiempo en especialistas de la materia. Robert Michels tendría mucho que decir sobre este asunto. Ello nos llevaría a otro uso del sorteo: su empleo como herramienta al servicio de una democracia radical, capaz de asegurar, en palabras de Aristóteles, que “todos gobiernan y son gobernados por turnos”. Pero eso requiere de otra reflexión, que excede la sugestión a la que invitan Las nieves del Kilimanjaro.

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